domingo, 10 de diciembre de 2017

Infinita herencia



Ya es ocho de diciembre un año más, cada vez se dan más prisa en llegar y me sorprenden sin tener nada escrito que contarte y sin saber por dónde empezar a escucharte. Al momento empiezo a hacerlo y me doy cuenta de lo importante que es esto, de lo imprescindible que resulta esta obligación silenciosa que me empuja a mírate y tomar consciencia de mi propia existencia.

Tú, que por azar me encontraste y que podrías haber sido insignificante pero por el contrario me marcaste. Y sin querer te fuiste, pero lejos de marcharte te quedaste. Para reinventarme, para impulsarme, para ahuyentar mis miedos y alimentarme. Tú que me obligas cada diciembre a pensar en la muerte y celebrarla. Tú que me enseñas a agradecer mi suerte y explotarla. Tú, que desde lejos te conviertes en brújula y me traes al centro de la Tierra, donde huele a hierba y a mar, donde solo lo que de verdad importa está.


Hoy en tu fiesta somos uno más. Uno que he conocido por casualidad y que ya eres tú de alguna forma. Y es que creo que eso es lo más cerca que entiendo el infinito y que veo la eternidad. Tú, que aun teniendo poco tiempo nos sembraste de ti, de tu risa, de tu prisa y tu pureza; esa es la herencia que nos dejas. En mí, en tu padre, en tus hermanas y en las nuevas vidas que, sin pretenderlo, tendrán más de ti de lo que nunca podamos darnos cuenta. Porque todo lo que tocaste está impregnado de tu esencia, y nosotros, por inercia, seguimos extendiéndola. Absorbiendo lo que fuimos, llenando a los que llegan y formando parte de este infinito de personas que se van pero que nunca nos dejan.