miércoles, 8 de marzo de 2017

Silencio

Paula Bonet, La Sed.






Rota. Como un papel hecho añicos pegados burdamente con cinta adhesiva. Inútil. Incapaz de escribir en él una sola palabra que me salga del cuerpo. Impotente, vencida, anulada. Intento decirte algo pero no puedo, mi mente emite interferencias y no procesa la información, no la asimilo, no la imagino, no quiero creérmela. Mantengo la vista fija en tus enormes ojos avellana y cada lágrima que te cruza la cara se me clava en las costillas, me las aprieta y me impide respirar con normalidad. Te tiembla la barbilla, la comida se nos enfría, y yo sigo sin poder hablar. Me tiendes la mano y al dártela me percato de que llevo un rato clavándome las uñas y que por primera vez siento una rabia que no se gestionar.

Te escucho mientras rememoro cada momento en que lo tuve cerca, sin saberlo, y lo quiero matar. Siento como la sangre me circula más rápido y el corazón me bombea como si se quisiera escapar, incapaz de aguantar la escena. Incapaz de soportar la culpa. Me culpo, por no haber oído en tu silencio los gritos de ayuda. Porque no ví tu preciosa piel blanca teñida de morado. Porque tu desnudez manchada tampoco  la vi, y no pude hacer nada.


Me muero de rabia. Por primera vez veo que fue él quien te arrancó la luz a golpes, quien te separo de ti, quien se llevó tu vida  y te dejo sin armas. Me muero por decirte que te odio por no habérmelo contado antes, que yo habría matado esos monstruos por ti y que jamás habrías tenido que volver a esa casa. Me muerdo la lengua, me clavo las uñas y empiezo a pensar que tengo que canalizar esa rabia para traerte de vuelta. Para darte fuerza, lamerte las heridas y coserte unas alas nuevas. Para jurarte que nunca más estarás sola, que acariciaré tus sollozos y te susurraré que ya estás más cerca. Que pronto volverás a ti, que cerrarás esa puerta. Que lucharemos todas contra esa bestia, y os querremos siempre, vivas y contentas.