Paula Bonet, La Sed. |
Rota. Como un papel hecho añicos pegados burdamente con
cinta adhesiva. Inútil. Incapaz de escribir en él una sola palabra que me salga
del cuerpo. Impotente, vencida, anulada. Intento decirte algo pero no puedo, mi
mente emite interferencias y no procesa la información, no la asimilo, no la
imagino, no quiero creérmela. Mantengo la vista fija en tus enormes ojos
avellana y cada lágrima que te cruza la cara se me clava en las costillas, me
las aprieta y me impide respirar con normalidad. Te tiembla la barbilla, la
comida se nos enfría, y yo sigo sin poder hablar. Me tiendes la mano y al
dártela me percato de que llevo un rato clavándome las uñas y que por primera
vez siento una rabia que no se gestionar.
Te escucho mientras rememoro cada momento en que lo tuve
cerca, sin saberlo, y lo quiero matar. Siento como la sangre me circula más
rápido y el corazón me bombea como si se quisiera escapar, incapaz de aguantar
la escena. Incapaz de soportar la culpa. Me culpo, por no haber oído en tu
silencio los gritos de ayuda. Porque no ví tu preciosa piel blanca teñida de
morado. Porque tu desnudez manchada tampoco la vi, y no pude hacer nada.
Me muero de rabia. Por primera vez veo que fue él quien te
arrancó la luz a golpes, quien te separo de ti, quien se llevó tu vida y te dejo sin armas. Me muero por decirte que
te odio por no habérmelo contado antes, que yo habría matado esos monstruos por
ti y que jamás habrías tenido que volver a esa casa. Me muerdo la lengua, me
clavo las uñas y empiezo a pensar que tengo que canalizar esa rabia para traerte
de vuelta. Para darte fuerza, lamerte las heridas y coserte unas alas nuevas. Para
jurarte que nunca más estarás sola, que acariciaré tus sollozos y te susurraré
que ya estás más cerca. Que pronto volverás a ti, que cerrarás esa puerta. Que
lucharemos todas contra esa bestia, y os querremos siempre, vivas y contentas.