domingo, 19 de febrero de 2017

Más bueno que el pan


Y de repente pasa. Cuando pierdes un poco la esperanza. Cuando crees que la decepción forma parte del curso natural de la mayoría de las relaciones y te resignas a pensar que las únicas estrellas reales son las fugaces. Entonces aparece alguien que te deslumbra.

El jueves pasado, en la tercera cerveza me dijiste una frase que llevo centrifugando toda la semana: ser buena persona está infravalorado. Y me lo decías con un tinte de reproche porque opinas que el bar indi al que te llevé denota que no acepto a cualquier persona en mi vida. Y te di la razón como quien  pide disculpas porque realmente estabas en lo cierto y yo, del todo equivocada.

Y no voy a negar que soy una pija en relaciones gourmet que pide platos interesantes, estimulantes, viajados, con buena conversación y  chistes inteligentes. Pero admito que más de uno se me ha atragantado y que hoy en día hay otros que se me repiten. Y he pasado hambre porque me ha faltado llenarme un poco la tripa de pan. Porque ser buena persona está infravalorado y ahora que lo tengo me doy cuenta de la falta que me hacía. Porque en los últimos años he sobrevalorado a muchas personas por la luz que reflejaban y no he querido ver que detrás no había nada, y las he mantenido vivas esforzándome en que permanecieran encendidas, por este síndrome de Estocolmo mío que otras veces parece de Diógenes.  Y he aprendido a apreciar el pan y a saborear sus matices, a dejar que me aporte y a entender que hay ingredientes que nunca pueden faltar en un plato.

Pero no me equivocaba cuando te decía que febrero sería un punto de inflexión, y será porque me he cansado de pasar hambre o porque siempre engordo en esta época pero mi casa huele a pan tostado y ya no salgo a la calle sin un bocadillo.


A todas las personas que me llenáis el camino de miguitas, gracias.