Adoro las personas. Las personas
que pasan por la vida saltando de una baldosa a otra dejando un trozo de
esencia en cada paso que dan, sin darse cuenta. Personas que inspiran, que
expiran y dejan todo lo que son en el aire. En el mundo. Personas que sonríen a
deshoras, cuando no hay un motivo aparente, cuando tan solo quieren soltar eso
que tienen dentro, que a muchos les falta. Y odio profundamente a la gente, que
son masa. Pero esas personas, joder, esas personas se pasan.
Y es que me encantan esas que ponen caras raras
cuando bailan, las chicas que van despeinadas a clase, los conductores de bus
que silban, las madres que juegan al escondite, los hombres que lloran, la farmacéutica
de la esquina, los ancianos de arriba. Las personas que iluminan.
Las preguntas indiscretas, las
carcajadas inoportunas, las palabras que abrazan, las botas para la lluvia. Y me
gustan. Las personas que se cambian el pelo, que llevan minifalda en el mes de
febrero, y van descalzas, con el ego en el suelo y la vista bien alta, donde
cualquiera no alcanza. En los rascacielos.
Ellas. Son las que mueven el
mundo. Las que buscan ser la mejor versión de sí mismas y brillan con luz
propia entre un millón de luces led.
A Elena. Por ser luz.