martes, 26 de abril de 2016

Siempre, siempre.


Hace un tiempo decidí dejar de creer en los para siempres, probablemente porque preferí renunciar a ellos en su totalidad antes que admitir que me había equivocado escogiendo uno. Sea como fuera, aquello hizo que cambiara mi forma pensar en el tiempo y sobre todo de vivir las relaciones.

En mi afán de racionalizar la vida, resulta mucho más práctico creer que todo es temporal, y ciertamente lo es. Los momentos son efímeros y volátiles, llegan, los pruebas y se van. Las relaciones cambian, las personas evolucionan, los sentimientos mutan, se expanden, se disuelven.  Y siendo así resulta más pragmático entender las relaciones como lo que son: transitorias.  Sin embargo, siempre hay algo que entra en conflicto con mi razón y se hace un hueco, desmoronando todo aquello que mi lógica se esfuerza en construir.  Los impulsos irracionales, las inseguridades, o en definitiva, todo aquello que la mente intenta reducir. Pero siendo honesta he de decir, que me encantan las constantes y los patrones que se repiten, convirtiéndose en tradiciones.  

Y me hago patriota de tus manías, sacando pecho en el acierto de que adivines mi comida preferida.


Y es que adoro la palabra siempre, y realmente pienso que nunca dejé de creer en ella. Siempre es mi padre, mi madre, mi abuela. Siempre es mi lunar de la pierna, tu risa, la playa con luna llena. Los helados de mi infancia, ese herbolario, los festivales con ella. Siempre es el flamenco, mi casa, el bajo en noche buena. Siempre es lo que soy, aunque me deje, aunque ya no existas, aunque todo se aleje. Siempre es lo que no me asusta, lo que me conforma, los que me alimentan. Pase lo que pase. Cuando todo se cae, todo lo que  permanece.


Buen día, sean felices.




Mamá es siempre









lunes, 18 de abril de 2016

Luces


Adoro las personas. Las personas que pasan por la vida saltando de una baldosa a otra dejando un trozo de esencia en cada paso que dan, sin darse cuenta. Personas que inspiran, que expiran y dejan todo lo que son en el aire. En el mundo. Personas que sonríen a deshoras, cuando no hay un motivo aparente, cuando tan solo quieren soltar eso que tienen dentro, que a muchos les falta. Y odio profundamente a la gente, que son masa. Pero esas personas, joder, esas personas se pasan.

Y  es que me encantan esas que ponen caras raras cuando bailan, las chicas que van despeinadas a clase, los conductores de bus que silban, las madres que juegan al escondite, los hombres que lloran, la farmacéutica de la esquina, los ancianos de arriba. Las personas que iluminan.


Las preguntas indiscretas, las carcajadas inoportunas, las palabras que abrazan, las botas para la lluvia. Y me gustan. Las personas que se cambian el pelo, que llevan minifalda en el mes de febrero, y van descalzas, con el ego en el suelo y la vista bien alta, donde cualquiera no alcanza. En los rascacielos.

Ellas. Son las que mueven el mundo. Las que buscan ser la mejor versión de sí mismas y brillan con luz propia entre un millón de luces led.





A Elena. Por ser luz.