Creo que allá fuera debe haber
personas como yo. Personas cuyas cabezas hicieron con escuadra y cartabón, que
se esfuerzan en establecer categorías y en hacer que encaje todo lo que nos
rodea dentro de ellas.
En parte creo que es más bien una
manía del ser humano, empeñarse en ponerle etiquetas a las cosas. Definiciones
compuestas por palabras, nombres formados por letras, con principio y fin, con
un significado socialmente acordado. Nos encabezonamos en ponerle nombre a las
emociones, a los sentimientos y hasta a las relaciones. Les colgamos un
cartelito, les construimos una explicación y los metemos a golpes en cajones
con candados para asegurarnos de que no se moverán de ahí. Como si eso fuera
posible. Como si la vida no implicara cambio y evolución. Como si las
sensaciones se pudieran medir. O como si de verdad creyésemos que por ponerle
un nombre a un sentimiento lo hiciésemos invariable.
Y lo peor no es eso. Lo peor es
que cuando establecemos esas categorías lo hacemos con unas expectativas.
Esperamos que las cosas que guardamos dentro de esos cajones se comporten de
una forma concreta. Y cuando no ocurre así nos decepcionamos. Pero lo cierto es
que nada es tan previsible, ni las personas, ni las relaciones, ni los
sentimientos. Y si lo fueran serían infinitamente menos divertidos. Es mucho
más sano dejarse llevar, aceptar lo que pueden darnos los demás y absorber todo
lo positivo, sin forzarlo. Sin exigencias y sin candados.
Porque es verdad que debe haber
personas como yo que tengan la mente cuadriculada. Pero también es verdad que
en un cuadrado cabe un número infinito de figuras. Y que además, siempre estas
a tiempo de coger lápiz y goma y volver a dibujarlas.
Buenas noches, sean felices. Siempre.