lunes, 8 de diciembre de 2014

Ocho de diciembre




Aquí estoy otra vez, en ese día en el que quedamos tu, el mar y el cielo; y quien me trajo a ti, como dice la canción. Aunque lo cierto es que no se quién me trajo a ti, solo se que apareciste y contigo una versión de mi que disfrutaba cuando estabas cerca. Cuando jugábamos a las situaciones imposibles, cuando cantábamos y cuando hacíamos arder al teléfono de tanto escuchar hablar de nuestros amores improbables.

Te fuiste. Un mal día de diciembre, mientras yo esperaba al otro lado del teléfono. Y no volviste, por más veces que yo lo desee deshecha en lágrimas. Te seguí buscando, en mi desesperación, hasta casi perder la esperanza.

Te encontré, y hoy ya se dónde estás. Mi luna. Eres ese lugar que está ahí permanentemente, y que se puede ver cuando esperas a que se haga de noche. Somos tu y yo, muy lejos de aquí, cuando yo era otra yo y cuando tú eras solo tú. Tú y yo, con nuestra historia cerrada, invariable, a kilómetros de aquí. Como la luna.


Y desde entonces te hablo de vez en cuando, sin importarme si es de noche o de día, sin saber si ha salido ya la luna, o si sigue perdida por algún país del norte. Me da igual, porque sé que no se irá a ninguna parte, como nosotros. Como nuestra historia. Como la luna. Eternamente perfecta.