Aquí estoy otra vez, en ese día
en el que quedamos tu, el mar y el cielo;
y quien me trajo a ti, como dice la canción. Aunque lo cierto es que no se
quién me trajo a ti, solo se que apareciste y contigo una versión de mi que
disfrutaba cuando estabas cerca. Cuando jugábamos a las situaciones imposibles,
cuando cantábamos y cuando hacíamos arder al teléfono de tanto escuchar hablar
de nuestros amores improbables.
Te fuiste. Un mal día de
diciembre, mientras yo esperaba al otro lado del teléfono. Y no volviste, por
más veces que yo lo desee deshecha en lágrimas. Te seguí buscando, en mi
desesperación, hasta casi perder la esperanza.
Te encontré, y hoy ya se dónde
estás. Mi luna. Eres ese lugar que está ahí permanentemente, y que se puede ver
cuando esperas a que se haga de noche. Somos tu y yo, muy lejos de aquí, cuando
yo era otra yo y cuando tú eras solo tú. Tú y yo, con nuestra historia cerrada,
invariable, a kilómetros de aquí. Como la luna.
Y desde entonces te hablo de vez
en cuando, sin importarme si es de noche o de día, sin saber si ha salido ya la
luna, o si sigue perdida por algún país del norte. Me da igual, porque sé que
no se irá a ninguna parte, como nosotros. Como nuestra historia. Como la luna.
Eternamente perfecta.