Sin darnos cuenta ya ha pasado un
año (universitario) más y toca hacer
balance. En estos meses de independencia
y libre albedrío tenemos la sensación de ser más nosotros mismos.
Por mi parte, Málaga sigue teniendo muchas cosas que
aportarme y estar aquí me hace estar cerca de todas mis motivaciones.
Este año he aprendido que donde pones la atención pones la energía,
y eso es muy importante a la hora de guiar tu vida. Si centras tu atención en los
aspectos negativos te obstaculizas a ti mismo disfrutar del día a día. Por otro
lado, también me he dado cuenta de que es necesario aceptar un nivel mínimo de
conflicto y a convivir con él de la mejor manera posible.
Y a valorar a las personas que te escogieron para formar parte de sus vidas. A
asimilar que cada cerebro es de una forma y a tratar de entender cómo
funcionan. A evitar hacer juicios de valor y a apreciar la riqueza de la
pluralidad.
A confiar en personas que sabes
que estarán a tu lado hasta el fin de tus días. Y a disfrutar más de otras, por
así no fuera.
A que hay mil formas de amar a alguien, y a saber disfrutar de
cada una de ellas. A saltar muros. A dejarse llevar. A reinventarme y
reinventarnos juntos.
Este año he aprendido a que cuanto más conozco más dudas tengo. Y a
que la curiosidad es una cualidad increíble.
Pero si tuviera que destacar lo más importante que he encontrado este
año sería la importancia de saber apreciar los estímulos. La inspiración. Las
pequeñas dosis de ilusión, de paz o de impulso que te encuentras en una lámina
del CAC, en la esquina contraria de la
cama o en las hipotéticas huidas a Ibiza con un zumo de El último mono. Esas
cosas que te hacen sentir que estás bien, que estas creciendo y que tu vida
merece la pena.